El ponche es una de las bebidas más entrañables de la temporada decembrina en México. Se sirve caliente, humeante, en reuniones familiares, posadas y noches largas de diciembre. Más allá de calentar el cuerpo, su función es reunir: una olla al centro, cucharones que van y vienen, fruta que se comparte y aromas que anuncian que el año está por cerrar.
Aunque la base del ponche se mantiene casi intacta —guayaba, tejocote, caña, canela—, el llamado “piquete” se ha convertido en una forma de reinterpretar la tradición. No se trata de emborrachar la bebida, sino de sumar complejidad, profundidad y un ligero golpe alcohólico que acompañe, no que domine.
El secreto está en el equilibrio: respetar la fruta, controlar el dulzor y añadir el alcohol al final, fuera del hervor. Así, el ponche conserva su carácter casero y navideño, pero se adapta a gustos adultos y mesas más largas, sin traicionar su origen.

