En un país donde la violencia se ha normalizado y el miedo se cuela en la conversación cotidiana, hablar de paz parece, a veces, un gesto ingenuo. Pero no lo es. Si seguimos ignorando y marginando a los 40 millones de jóvenes de este país, los cimientos de cualquier proyecto de nación se construirán con pobreza, analfabetismo y, sobre todo, violencia.
Y la realidad es que la violencia se ha ensañado de manera particular con las juventudes, que hoy crecen entre el miedo, la precariedad y la normalización de la muerte. Jóvenes que, según cifras oficiales, están sobrerrepresentados tanto entre las víctimas como entre quienes son reclutados por la violencia.
De acuerdo con datos del Inegi y del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, los homicidios son una de las principales causas de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años. A esto se suman las desapariciones y secuestros…, miles de familias buscan a hijas e hijos que nunca regresaron.
Esta es la radiografía del dolor, la rabia y la frustración que se cocinan en los barrios, colonias y, peor aún, dentro de los muros de nuestros centros penitenciarios. La paz no se decreta: se construye. Y en muchas comunidades de México —lejos de los discursos oficiales— se está construyendo con beats, grafiti, danza y palabra. Se está construyendo desde el hip hop.
Me refiero a Hip Hop por la Paz, una iniciativa que demuestra que la prevención funciona cuando genera vínculos, identidad y un sentido de pertenencia real. Este proyecto —coordinado por Red VIRAL y el colectivo Bendito Estilo, en alianza con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDC), la Comisión Nacional de Salud Mental y Adicciones (Conasama) y la SSPC— ha logrado lo que muchos programas gubernamentales, con presupuestos millonarios, no han podido: convocar a quienes históricamente no han tenido voz.
Este proyecto propone escuchar a las juventudes, reconocer su lenguaje y acompañarlas, no criminalizarlas. En su primera edición participaron más de mil personas; de ellas, 550 jóvenes de la Generación Z enviaron 180 canciones desde comunidades de todo el país. Pero lo más impactante, y lo que nos obliga a voltear a ver a los grupos más vulnerables, es la participación de 624 mujeres y hombres privados de la libertad, quienes enviaron 204 temas desde 109 centros penitenciarios de 25 estados y todos los centros federales. Son cientos de personas que, desde los contextos más adversos, encontraron un espacio digno y creativo para expresar sus experiencias de vida, sus miedos, sus aprendizajes y sus aspiraciones.
La final en el auditorio Roberto Cantoral —con 12 equipos finalistas de Guerrero, San Luis Potosí, Estado de México, Baja California Sur, Hidalgo, Coahuila, Nuevo León y Chihuahua— dejó claro que la paz se construye escuchando (Excélsior 28 y 30 de noviembre de 2025). En muchos barrios del país, el Estado llega tarde o no llega. Pero el hip hop sí está ahí. Está en las calles, en los parques, en los muros, en las bocinas improvisadas. Está en la voz de jóvenes que no encontraron espacios en la escuela, en el mercado laboral o en las instituciones tradicionales, pero sí encontraron un lenguaje para nombrar lo que viven.
Durante décadas, la cultura hip hop ha sido estigmatizada y criminalizada. Se le ha asociado con vandalismo, desorden o violencia, cuando en realidad ha funcionado como una válvula de escape frente a contextos violentos. Rapear, bailar, pintar o mezclar música no es un acto superficial; es una forma de resistir al silencio, de procesar el dolor y de construir identidad en entornos donde todo parece diseñado para despojar.
La cultura urbana ofrece un marco para fortalecer habilidades, promover la salud emocional, consolidar identidades positivas y generar narrativas de paz, dignidad y futuro, para contrarrestar aquellas que romantizan la violencia. Hablar de prevención es una urgencia nacional. Y, sin embargo, poco se ha hecho para atender las causas profundas de la violencia juvenil: la exclusión, la falta de oportunidades, el abandono institucional y la ausencia de espacios seguros para expresarse y pertenecer.
Es ahí donde el proyecto Hip Hop por la Paz cobra sentido, como una propuesta que entiende algo fundamental: la violencia no se combate sólo con la fuerza, se previene con comunidad.


